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Mostrando entradas de febrero, 2020

Una página en un cuaderno

He podido ver más de siete millones de cosas, de esas que se cuentan en las viejas anécdotas de hombres experimentados;   aunque yo aun no llegaba al metro setenta. A mi corta edad diría que he vivido, porque he visto morir, y me he desengañado a cada paso que daba con soltura. He visto morir, sí, pero no de cualquier manera. La he visto sobre las cabezas de veteranos, y sobre las que acababan de levantarse sobre el cuello. Desnuda y burlona, se alojó en las habitaciones de esta casa en algún momento, bien en forma de vejez, pena, o mal de sueños. Cuando me tuvieron que llevar a uno de esos lugares donde se venera la plenitud del alma, ya entonces no se hizo necesario tener que escudarse en ningún tipo de palabra. Pude verla arropando en la cama a los niños, tapándoles inútilmente con la manta. Recuerdo a un niño al que tuvieron que atar, porque sus minúsculos brazos superaban con creces La humanidad que le demostraban. Pude verla con l...

el mal amor (te odio/no me dejes)

(Imagina, por un momento, que este texto no es una recreación de una película, de un libro o de un cliché. Imagina que es 100% real, constantemente. El pasar del creer morirte, al cielo, y empezar de nuevo. De odiar a querer, del orgullo a la abnegación.) Es una maldición que arruina todo, es una metástasis de la cordura. De repente, todo desaparece - literalmente - y sólo importa él. Él, él, él.  Creo que me estoy muriendo, estoy casi segura de que mis órganos están fallando, algo no debe estar funcionando bien porque no me puedo levantar del suelo. No sé cuántas horas han pasado - una, dos, cinco, quizás no ha pasado ni media- Di algo, por favor, levántate y mira el teléfono, quizás te ha llamado. No ha llamado. Me estoy muriendo, y tengo miedo, debería ir a urgencias pero no creo que pueda levantarme. Si cierro los ojos quizás me quedo dormida y cuando me despierte estoy más despejada - ¿y si me muero durmiendo? Casi un alivio - 21.50 Debería coger el teléfono. He perdido t...

cuestiones eléctricas

Uno por uno, todos se suben al tren; yo lo veo desde arriba, en los pasillos y, con el minutero avanzando, más largo se hacía el andén. Yo nunca llego a tiempo para cogerlo;  se despiden desde los cristales, en la lejanía. Posiblemente no les vuelva a ver. Otras veces, me subo al vagón del tren, solo para darme cuenta al rato que no marcha a donde quiero; debe estar mal puesto el cartel. Y busco entre los asientos un rostro conocido; solo veo manchas difusas y confundidas, mirando con algo de desdén. Ahora tengo que volver al mismo día, misma estación, el mismo andén. Volver a bajar desesperada las escaleras, con suerte cojo el siguiente tren. Pero mi espalda ya está resentida, llevo ocho horas sin comer, por estar corriendo de un lado a otro; sé que hoy tampoco llegaré. Así, me encuentro en la estación a solas, mirando el andén crecer y, al fondo, muy oscura, la figura de mi padre, yéndose en el tren.