13 de Octubre.
Me escuece la piel de mis manos. El vacío ha salpicado por
todos lados y ha dejado su característica mancha: la sangre. La sangre
demuestra que hay vida; por eso buscamos su presencia, la prueba que nos saca
del agujero negro que se instala en el corazón y te susurra: no hay nada dentro
de ti.
Todo lo que hago se lo traga el desagüe y
me devuelve un envoltorio de plástico sucio y usado. Nada importa, nada
significa nada. Cada decisión, cada gesto, cada comida, cada palabra, cada
caricia, cada emoción hacia el otro: no significa nada.
Hoy puedes sentir que
tienes un camino que vas haciendo tú y que, al final, estará la recompensa por
tan arduo trabajo. Mañana se va todo al traste, y tienes que empezar de nuevo.
O peor: mañana quieres tomar el camino opuesto. ¿Qué planes vitales pueden
hacerse, si nada está sujeto al tiempo y, sin embargo, el tiempo corroe el
significado de todo?
Me cuesta horrores describir el vacío – su estado
puro; creo que cada cual tiene el suyo particular. El mío parece una náusea, un
deshecho de bilis ácida que sube por mi garganta y reduce a polvo toda mi
arquitectura interior. Mi vacío tiene forma de pregunta. Mi vacío tiene la voz
muy alta y me grita que es parte de mí – más bien, me dice que somos lo mismo;
soy el vacío –
Además de su odiosa voz, toda la zona de los alrededores de
la infección vacua me pide que lo llene. Da igual cómo, sólo tengo que
llenarlo, sólo tengo que sentir algo más.
Vaya, ahí está, ya ha brotado la sangre. Ahora te
escocerá, y te tirará la piel cada vez que se estire. Pero está bien, porque te
duele, y el dolor significa algo. El dolor inunda el corazón. Una persona vacía
no sentiría dolor, y a ti te duele todo el cuerpo.
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