8 de Octubre.


Llevo poco más de un año asistiendo a este nuevo centro de salud, pero apenas dos semanas desde que voy, todos los martes, al grupo de terapia. 
Es la primera vez que observo a un psiquiatra comportarse como un humano: hasta entonces pensaba que los psiquiatras eran una especie de autómatas de hojalata, sin sentimientos, que tampoco tenían interés en buscarse un corazón. 
Pensaba que su trabajo consistía en sentarse detrás de una pantalla, mirándote con sus ojos a veces inquisidores, a veces tan vidriosos que parecían muertos, y discretamente, leer en el telepronter mental que les instalan antes de empezar su carrera clínica, la serie de preguntas rutinarias que les hacen a todos los pacientes, cuyas respuestas no procesan sus cerebros y que, en cuestión de cinco minutos, les sirve para poder despacharte: 

-          ¿Cómo va todo?
-          ¿Qué tal la medicación?
-          ¿Te parece si nos vemos dentro de 3 meses?

En el mejor de los casos, las consultas psiquiátricas sucedían de este modo. En el peor, el psiquiatra se quedaba mirándote como si fueses un maravilloso suceso de la naturaleza que tienen que observar cuidadosamente y experimentar con él; su modo de experimentar contigo es la provocación verbal.
En cualquier caso, esta nueva terapia no es así.

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