2 de noviembre
Es el día de todos los muertos y he decidido tomarme un café en vez de unirme a la fiesta.
Es temblor en las piernas y un fuego en mi cerebro, un fuego que fagocita las ideas; retumba el sonido de los restos en mi cráneo.
Sólo queda el temblor, ahora en mis manos. Cómo parar el volante. Girar hacia la derecha, mirar hacia delante y no hacia el suelo, pero el vértigo, el vértigo me mantiene en aquella cornisa.
La sensación de mareo cerebral, de cuando las cosas no funcionan bien, de cuando siento mal tus palabras, de cuando el trazo de mi mano no representa el interior y es solo eso: la textura de una piel contra otra otra, rugosa, que se resiste al suave oleaje desde la protección de una balsa.
Un vértigo, un vértice entre dos puntos sobre el que camino, tambaleándome, sin ser parte de él. Ni de un lado, ni del otro. Hábito en ese vértice y oscila entre mis párpados.
Es temblor en las piernas y un fuego en mi cerebro, un fuego que fagocita las ideas; retumba el sonido de los restos en mi cráneo.
Sólo queda el temblor, ahora en mis manos. Cómo parar el volante. Girar hacia la derecha, mirar hacia delante y no hacia el suelo, pero el vértigo, el vértigo me mantiene en aquella cornisa.
La sensación de mareo cerebral, de cuando las cosas no funcionan bien, de cuando siento mal tus palabras, de cuando el trazo de mi mano no representa el interior y es solo eso: la textura de una piel contra otra otra, rugosa, que se resiste al suave oleaje desde la protección de una balsa.
Un vértigo, un vértice entre dos puntos sobre el que camino, tambaleándome, sin ser parte de él. Ni de un lado, ni del otro. Hábito en ese vértice y oscila entre mis párpados.
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